Se llamaba Richard, pero insistía en que su nombre era Stony, debido a su corazón de piedra.

Sucedió en el Sagrado Corazón, en Bellingham, hace 20 años. Stony iba a muchas iglesias y era expulsado de varias de ellas. Comenzó a mostrar síntomas de esquizofrenia cuando era un joven adulto, en sus tempranos veintitantos años. Estaba en el seminario en ese entonces, formándose para ser pastor luterano. Claramente, ponía atención en aquellos años, porque la fe era el tema central de la forma como su enfermedad se desarrolló. Por ejemplo, no fue mucho después de haber asistido a la celebración de una confirmación que comenzó a ir a Misa portando un báculo hechizo. De alguna forma, se las arregló para sujetar una esfera de vidio color ámbar en el tope de su bastón. Esto pinta el escenario de mi recuerdo favorito acerca de él.

Era un hermoso domingo en tiempo de Pascua. La iglesia estaba abarrotada. Stony se sentaba en la banca delantera. La Misa se celebraba como de costumbre… hasta que llegamos a la consagración en la plegaria eucarística. Ya saben cómo es este momento. Todos, de rodillas, oraban en silencio y con reverencia. Tan pronto terminó la consagración, Stony saltó de la banca con su báculo y comenzó a danzar en círculos, exclamando “¡Aleluya!”. Las expresiones en los rostros de los feligreses no tenían precio. Quienes no conocían a Stony se sentían visiblemente incómodos, incluso asustados. Los que lo conocían, solo sonreían y movían la cabeza. Sabía que no podía continuar así con la plegaria eucarística, así que bajé hacia Stony y le dije, entre el asombro de la asamblea, “Hola Stony, me da gusto que estés aquí y deseamos que puedas quedarte. Sin embargo, esta es la parte de la Misa en que guardamos silencio. ¿Puedes tomar asiento, por favor, y orar en silencio con nosotros?”

Su respuesta fue de película. Dijo con voz potente, para que todos lo escucharan, “Pero, padre… pero, padre… si usted creyera que lo que está sucediendo en el altar es verdadero… ¡también usted estaría danzando!”

Todos explotaron en carcajadas. Fue algo tan gracioso, que hasta lágrimas me salieron. Lo único que pude replicar fue, “Stony, estoy de acuerdo contigo. Siéntate”. Y lo hizo, a Dios gracias.

Tristemente, falleció hace pocos años. Sin embargo, tuve el privilegio de celebrar sus exequias. Fue un placer atestiguar cuántas vidas había tocado este hombre, incluyendo la mía. A pesar de que estaba debilitado a causa de la terrible enfermedad de la esquizofrenia, era él un don para el Cuerpo de Cristo. Él nos ayudó a reavivar nuestro amor por la Eucaristía. 

Pienso en él con frecuencia cuando celebro la Misa. Sin lugar a dudas, si en verdad creyéramos cuán maravillosa es la Eucaristía, ¡también nuestros corazones estarían danzando!