Guardo un recuerdo de mi niñez con el que pienso que muchos se podrán identificar: que me pidieran que tocara el piano para mis abuelos cuando era muy niño. Lo mejor que podía tocar en ese entonces eran los Palillos chinos y no lo hacía muy bien. Sin embargo, siempre recordaré la expresión de mis abuelos cuando terminaba. Bien pudiera haberles interpretado a Rachmaninoff. Quedaban muy complacidos y se desbordaban en cariño y halagos. Es parte de la naturaleza de los abuelos amar a sus nietos de forma irracional y excesiva.

Menciono esto porque, si esta forma de amar es cierta en los abuelos, consideren cuán cierto es en Dios. Durante el tiempo de Pascua, recordamos que la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús nos dicen algo de forma contundente: Dios nos ama más que lo que nos amamos nosotros mismos. Nos olvidamos a menudo de esta realidad espiritual y eso nos pone en riesgo.

Cuando Jesús instituyó la Eucaristía en la Última Cena, mandó a sus discípulos, “Hagan esto en memoria mía”. La palabra memoria, en el original en griego, es anamnesis. Esta palabra significa literalmente memorial. En modo imperativo, anamnesis significa “No se olviden”. Cuando Jesús nos ofrece su cuerpo y su sangre en la Última Cena, nos dice que no nos olvidemos de la profundidad de su amor por nosotros (dato curioso: existe incluso una sección de la Plegaria Eucarística a la que los liturgistas llaman “la Anamnesis”). 

Sin embargo, la memoria es truculenta. Pese a que todos tenemos buenos recuerdos, ¿qué tan seguido nos enfrascamos en los malos recuerdos? Esperaría que todos tengamos recuerdos que nos causen gozo. Pero muchos de nosotros también tenemos recuerdos que nos causan dolor. Algunos de esos malos recuerdos son resultado de nuestros pecados. Algunos de esos recuerdos son resultado de los pecados que otros han cometido en contra nuestra. Llevamos todos esos recuerdos con nosotros cuando vamos a la iglesia. El sacramento de la reconciliación nos recuerda que el amor de Dios es más grande que todos nuestros pecados juntos. La Liturgia de la Palabra nos recuerda cuán lejos Dios es capaz de llegar para salvarnos. La Liturgia de la Eucaristía nos recuerda cuán cerca de nosotros quiere Dios estar, ¡tan cerca como la comida y la bebida! Ir a la iglesia también nos recuerda que nunca estamos solos y que no debemos estar solos. Nos recuerda que pertenecemos al Cuerpo de Cristo y cómo debe este reflejarse en nuestra vida de oración, en nuestra participación en nuestra parroquia como discípulos misioneros en el mundo.

¿Qué es lo opuesto a la anamnesis? La amnesia. Ir a la iglesia nos ayuda a no enfermar de amnesia en lo que concierne a esta realidad espiritual específica: Dios te ama.

No importa cuántas heridas te agobien o cuántas cicatrices tengas, Dios te ama. Durante el tiempo de Pascua, recordamos cuán excesivo e irracional es el amor de Dios a nosotros. Es un amor que estamos llamados a compartir.

El Obispo Frank Schuster es obispo auxiliar de Seattle y párroco de Sn. Viente de Paúl en Federal Way.