Un niño dice a su mamá: “Ya entendí por qué me dices que tengo que estar callado en la iglesia: por respeto a los que están dormidos”.

Nuestra vocación como bautizados es Anunciar el Evangelio y atraer a otros a experimentar el gozo de encontrarse con Jesús. “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio” (Marcos 16,15).

Encontrarse con Jesús causa insomnio. La alegría de saber que Él ha vencido la muerte, para que yo pueda amar en plenitud, acelera el corazón y lo mantiene despierto. Esa es la experiencia de todos los santos y de la infinita multitud de cristianos a lo largo de los siglos.

Encontrarse con Jesús genera mucho ruido en el interior del corazón y del alma. Ese encuentro hace evaluar la existencia, con nuevo entendimiento del porqué y para qué estamos en esta tierra. Con esta historia, con nuestras cualidades, limitaciones, logros y fracasos, sueños, anhelos y temores. Todo esto visto desde una nueva perspectiva, ahora consciente de que todo tiene una misión amorosa de parte de Dios.

Al contemplar la existencia bajo la mirada de Jesús, bajo la mirada de Dios, lleva a decorar el futuro con acciones diversas (conversión), que seguramente causarán muchas incomodidades, ajustes y aprendizajes difíciles por ser desconocidos.

Tantos de nosotros perdemos la capacidad de sorprendernos a fuerza de repetir acciones, y tendemos a querer controlar la vida, cayendo en la rutina que adormece nuestra relación con Dios. La insondable sabiduría de Dios siempre tiene algo nuevo que ofrecernos, para quitarnos la modorra y despertarnos totalmente. “Dichoso aquel siervo a quien el Señor encuentre despierto; yo les aseguro que se ceñirá, lo sentará a la mesa y le servirá” (Lucas 12,37).

Las circunstancias más agradables de nuestra vida personal o social (un nuevo amigo, un nuevo bebé, un nuevo trabajo, un nuevo plan pastoral) son parte del “ruido bueno” que Dios permite en nuestra existencia. También las experiencias desagradables o dolorosas son parte de ese “ruido bueno” con el que Dios despierta nuestro interior, con más claridad que la alarma del reloj junto a la cama.

La nefasta pandemia que estamos sufriendo nos ha hecho revalorar la familia, el trabajo, la Eucaristía, los amigos y la fe. Dios no duerme nunca, Dios siempre vela nuestro sueño. Dios sabe muy bien a qué hora nos tiene que despertar para enviarnos a cumplir con su misión de anunciar el Evangelio.

La tentación para todos es simplemente de suprimir los ruidos, apagar el despertador y seguir durmiendo hasta en la iglesia. Ha sonado la alarma, levantémonos para enfrentar este despertar a nuevos retos con entusiasmo, esperanza, audacia y confianza. Los “buenos ruidos” han causado insomnio a lo largo de los siglos para despertar a nuevas formas de paz, fraternidad, justicia y solidaridad en todos esos que llamamos santos.

María tuvo el oído atento a los “buenos ruidos” del Espíritu de Dios, que la despertó para maravillar a los siglos.

Noroeste Católico – Julio/Agosto 2021