“Los exhorto hermanos, a que ofrezcan sus cuerpos como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: este es su culto espiritual. Y no se amolden a este mundo, sino por el contrario, transfórmense con una renovación de la mente, para que puedan discernir cual es la voluntad de Dios, que es lo bueno, agradable y perfecto” (Romanos 12,1-2). 

Históricamente, decimos que iniciamos una nueva época cuando la magnitud de los eventos que se están viviendo marcan una ruptura con la experiencia anterior inmediata y proyectan a las nuevas generaciones de mujeres y hombres a horizontes nunca antes imaginados. 

Con la invención del teléfono inteligente, Wikipedia, y el considerado omnisciente Google, la abismal sabiduría artificial está en la palma de nuestras manos y al alcance de niños, jóvenes y ancianos en todas las latitudes de nuestro planeta. 

Hemos desentrañado el sagrado código genético humano, estamos expuestos a experimentos científicos de mutaciones, cambios de género, presencias virtuales en las comunicaciones mundiales y reducción de las distancias geográficas gracias a nuevos medios de transporte. 

La dolorosa experiencia mundial del coronavirus nos retó a vivir nuestra fe en Cristo en forma virtual gracias a la comunicación en Zoom en directo. ¿Será que, como dice Sn. Pablo, estamos ante una renovación de la mente para discernir lo bueno, agradable y perfecto? 

Por mucho que siga evolucionando la ciencia, la tecnología o la cibernética, nada puede reemplazar la experiencia del contacto personal. Aunque pueda ver y escuchar a mi madre o mi hermano a través de una pantalla con una nitidez casi palpable, nada sustituye el calor de un abrazo, la energía de un apretón de manos o la inefable paz que nos regala un beso. 

La experiencia de encontrarnos con Cristo no puede ser sustituida virtualmente y seguirá siendo necesario el encuentro personal. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13,8). La experiencia amorosa no puede ser virtual, sino que involucra todo nuestro ser y transforma nuestra existencia. 

Los cristianos de hoy y mañana seguiremos teniendo necesidad de ese encuentro personal con Jesús para poder impactar al mundo con esa experiencia que nos hace hermanos de todos. Jesús nos lanza a compartir esa alegría de la Buena Nueva de un Dios que nos ama hasta el extremo para hacernos vivir eternamente. 

Discernir la voluntad de Dios no es tan complicado. Basta con que tengamos el coraje de tocar las fibras más íntimas de nuestro corazón y nuestra mente. Ahí descubriremos lo que es bueno, lo agradable y, sobre todo, lo perfecto. 

No podemos quedarnos anclados en el pasado. Estamos en una nueva época. Debemos seguir descubriendo nuevas formas de perdón, alegría, gratitud, esperanza, fraternidad, humanidad y fe. Para que Cristo sea todo en todos, (1 Corintios 15,28) debemos estar alimentados de su Cuerpo, su Sangre y su Palabra. Nuestras vidas están creando con Él cada día una feliz Nueva Época.