Como un joven se desposa con una virgen, contigo se desposará tu constructor, y como se alegra el novio con la novia se deleitará en ti el Señor” (Isaías 62,5).

La fe de una joven judía enamoró a Dios hasta la locura. Lo llevó a anonadarse, desposarse con la humanidad y tomar la forma de siervo en el vientre de María (Cf. Filipenses 2,7). En cuanto ella dijo “Sí”, Dios empezó a salvar a la humanidad. Dios empezó en ese momento a anunciar la Buena Nueva, la Alegría del Evangelio; desde ese momento Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros.

Gracias a María, la humanidad quedó preñada del poder del Espíritu para derrotar a Satanás, “Su linaje te aplastará la cabeza, mientras acechas a su calcañar” (Génesis 3,15). “Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el Niño saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo” (Lucas 1,41). “El que hace la voluntad de mi Padre, ese es mi Madre y mis hermanos” (Mateo 12,50).

Pidamos al Espíritu de Dios que siga llenando todos los aspectos de nuestra existencia de tal manera que, como María, podamos engendrar a Jesús en nuestras familias, sociedades y nuestro mundo. María engendró a Jesús por nueve meses en su seno. Como María y toda mujer embarazada, experimentemos antojos súbitos de dulce ternura y de silencio, repentinas náuseas por la violencia, mareos por la falta de seguridad y angustia ante un futuro nebuloso.

Decoremos la habitación interior con motivos de paz, de alegría, de inocencia y de protección. Soñemos esperanzados que la nueva vida, que va creciendo en nuestra alma, traerá nueva sabiduría para intentar formas inexploradas de fraternidad, de justicia y de perdón como María, contemplando su vientre hinchado de alegre esperanza en el futuro.

Que la sombra del Divino Espíritu cubra también nuestras mentes para hacernos entender que nada hay imposible para nuestro Padre y Creador, que hizo fecundo un vientre virginal manteniéndolo en la pureza. “La creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente” (Romanos 8,22).

Como hizo con los primeros discípulos de su Hijo, María sigue y seguirá por los siglos acompañando a cada uno de nosotros, los creyentes, a perseverar con alegría aun cuando los dolores de la preñez de nuestro corazón y alma parezcan, por momentos, insoportables. Como María, que el Espíritu Divino del amor de Dios nos haga dar a luz en los Belenes, los Nazarets y las Galileas de nuestras vidas, mientras seguimos peregrinando en esta aldea global donde hoy nos dará a luz al Hijo de María que sigue redimiendo a toda la creación.

Desde lo más profundo de las amorosas entrañas de la creación fecundada, el Espíritu y la Esposa gritan: “Ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22,20). Como a María, sin duda el Espíritu nos hará muy prolijos.