El don más sublime que hemos recibido de parte de Dios todos los humanos, además de la invitación al banquete de la vida, es la libertad. Nuestro creador no solo nos ha participado de su inteligencia para descubrir la verdad, sino que nos ha dado además el libre albedrío para decidir individualmente cuándo y cómo responder a nuestra misión al peregrinar en esta tierra.

Para mostrarnos el camino a seguir, Dios ha enviado a su propio Hijo. En Jesucristo, Dios quiere caminar con nosotros en este mundo. Al hacerse humano, Dios puede escuchar, sentir, reír, llorar, aprender, buscar como cualquiera de nosotros y, al mismo tiempo, nos pone el ejemplo de cómo ser plenamente humanos y cómo caminar en unidad disfrutando de nuestra diversidad.

Al vivir entre nosotros, Jesús va descubriendo su propio camino día con día: Y Jesús “crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él” (Lucas 2,40). Seguramente, como todo humano, Jesús se tropezó varias veces antes de aprender a caminar, o al hablar o al escribir, o al aprender a usar las herramientas de la carpintería de José y por supuesto al aprender a hacer amigos, jugando con los niños de su pueblo.

Jesús se hizo sinodal con el llanto de una viuda que perdió a su hijo, con el miedo ante la muerte que lo hizo sudar sangre, con la fe que imploraba la vida de su amigo Lázaro, con la vergüenza de ser expulsado de la sinagoga, con el gozo de ver expulsar a Satanás por sus discípulos, por la alegría de compartir el amor de sus amigos que se casaron, o el gozo de los humildes que experimentaron la esperanza con su entrada en la gran ciudad de Jerusalén.

Jesús se sigue haciendo sinodal hoy en todo aquel que, fortalecido por su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía, sigue trabajando por crear nuevas estructuras de fraternidad, justicia, perdón y de gratitud en el hogar, en el trabajo y en la Iglesia.

Jesús sigue siendo sinodal al caminar con todas esas mujeres y hombres que van por el mundo con alma misionera escuchando los lamentos, necesidades y esperanzas de los pueblos anhelantes de nuevas respuestas a los cuestionamientos de las ciencias o la tecnología.Jesús se hace sinodal hoy en los conventos y monasterios donde mujeres y hombres gastan sus vidas implorando con ardiente corazón la conversión de los que viven en amargura, resentimiento o miedo y reciben, sin saber cómo, nueva claridad en sus mentes y corazones para caminar con alegría a partir de ese momento.

María acompaña nuestro camino sinodal como lo hizo en Pentecostés.

Jesús Resucitado sigue enviando hoy su Santo Espíritu sobre toda su Iglesia para seguir caminando con alegre esperanza por todos los rincones de la tierra, al igual que hace dos mil años con los apóstoles. “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).

Monseñor Elizondo, M.Sp.S. es obispo auxiliar de Seattle, también nombrado obispo regional para la región norte de la arquidiócesis.