La riqueza de nuestra fe cristiana ha confeccionado miles de hermosas oraciones a lo largo de los siglos. La gran mayoría podemos recitar de memoria decenas de ellas.

Orar es un diálogo amoroso: A veces nos toca alabar, agradecer, pedir, compartir con la persona amada. Otras veces nos toca escuchar con deleite al amado.

Sin duda alguna el corazón de nuestro amado Jesús vibra en sintonía con las alegrías, penas, deseos y emociones de nuestro corazón. Como sin duda quiere también que vibremos con Él al escuchar lo que llena su divino corazón.

El corazón de Jesús está siempre escuchando amorosamente y necesita que nosotros escuchemos de la misma manera para que sea un diálogo entre dos amantes y no el monólogo de un necesitado.

Jesús ya ha escuchado que necesitamos sanación de esta nefasta pandemia; quizás Él necesita que escuchemos que el dolor nos hermana y hace solidarios.

Él ha escuchado que estamos paralizados de miedo. Quizás ahora Él necesita que escuchemos confiados en que nunca nos abandonará.

Jesús ya ha escuchado que ha muerto mucha gente inocente. Probablemente necesita que escuchemos que el sufrimiento de los justos es el que nos redime.

Seguramente Él ya ha escuchado que estamos exhaustos y a punto de abandonar todo esfuerzo. Ahora solo necesita que escuchemos que, por milenios, Él ha creído y esperado pacientemente en nuestra humanidad.

Jesús ya escuchó que sabemos que Él ha creado todo y puede en cualquier momento corregirlo. Ahora necesita que nosotros aceptemos la responsabilidad de la inteligencia que poseemos y la libertad para ponerla en acción en nuestro mundo.

Jesús ya ha escuchado muchas veces que, si Él es amor, ¿por qué permite el dolor? Solo necesita que escuchemos que existe mucho dolor sin amor, pero no existe ningún acto de amor que no esté totalmente envuelto y empapado en el dolor.

De pie, sentados o de rodillas, dispongamos nuestro corazón a escuchar el corazón de Jesús. Seguramente nos va a gritar con dulzura que nuestro corazón quiere encontrar un oasis donde Él pueda descansar. Donde pueda refrescarse porque encuentra en mí un corazón que, como el suyo, no busca el propio bien, sino que otros descubran que solo Él es el agua viva que calma nuestra sed.

Si estamos atentos a escuchar con el corazón, bastará con que le digamos “Padre”, para que resuene en lo más profundo de nuestro interior, “hijo”, y eso solo nos hará desarrollar cada vez más un dialogo tan íntimo con el Creador de todo, que nada hará vacilar nuestra confianza en su voluntad.

Jesús dijo que Dios Padre sabe lo que necesitamos antes de que lo pidamos (Mateo 6,8). María supo escuchar y por eso respondió a la invitación de su Dios. Escuchando a Dios descubriremos sus planes amorosos para con cada uno, compartamos sus alegrías y sus dolores y, como los discípulos de Emaús, sentiremos nuestro corazón ardiendo en ese íntimo coloquio humano-divino.

Noroeste Católico – Junio/Julio 2022