El gran historiador, biblista y obispo Eusebio de Cesarea escribió la primera biografía del Emperador Constantino poco después de su muerte. Eusebio conoció a Constantino muy bien y dice que esta historia la recibió del mismo Constantino.

Constantino era un pagano monoteísta, devoto del invencible Dios Sol. En la batalla en el Puente Milvio, sobre el río Tíber para entrar a la ciudad de Roma en la Vía Flaminia, se enfrentó a Majencio y lo derrotó en el año 312.

La historia cuenta que Constantino y su ejército vieron en el cielo, antes de esa batalla, una gigantesca cruz luminosa encima del sol con palabras en griego que tradujeron al latín como “In hoc signo vinces”, “Con este signo vencerás”. Constantino, impresionado, tuvo sueños de esto y decidió marcar con este símbolo cristiano los escudos de sus soldados.

Constantino se convirtió al cristianismo, construyó iglesias, incluida la bellísima Santa Sofía, y ordenó en su imperio libertad para la práctica del cristianismo, que, hasta ese momento, estaba prohibido y era perseguido.

A través de los siglos, para los millones de cristianos que llevamos la cruz en el pecho, este signo ha sido nuestro escudo, nuestra fuerza para derrotar cualquier enemigo, nuestra energía para cruzar cualquier puente, cualquier obstáculo que nos impida llegar a la ciudad celestial.

La cruz es para nosotros los creyentes el símbolo de la victoria de Cristo sobre el pecado. Ese símbolo de muerte y vergüenza, creado por los romanos en ese tiempo, Jesús nuestro Señor lo transformó en signo de victoria; de triunfo sobre el odio, la división y la muerte. “Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan12,32).

La promesa celestial a Constantino sigue siendo válida a través de los siglos para todos nosotros, los creyentes en Cristo: “Con este signo vencerás”. El signo de la cruz con el que constantemente signamos nuestros cuerpos nos recuerda que Jesús venció la obscuridad y abandonó el sepulcro, y nosotros con él vencemos al maligno en todas sus asechanzas.

La cruz nos trae pureza para vencer la lujuria, el egoísmo, la envidia, el desánimo o la indiferencia. La cruz nos inyecta la fuerza para seguir al líder invencible y eterno, por el que también el sol fue creado. El signo de la cruz nos trae una nueva luz para entender desde lo más profundo de nuestra alma que el verdadero enemigo está en nuestro interior, y es quien distorsiona su imagen en mí y no permite que los demás me descubran como su hermano, generando miopía también en los ojos de mi alma.

Jesús dijo a sus discípulos que, para seguirlo, hay que tomar su cruz. La cruz de Cristo es signo de victoria solamente si es abrazada por amor a Él y confiando como Él que en todas las batallas venceremos, aun las que parezcan imposibles de ganar.

¡Ave,ocrux, spes unica! ¡Salve,oh cruz, nuestra única esperanza!