Jesús disfrutó el calor del vientre materno, las reconfortantes caricias, la singular voz y la presencia fortalecedora de su progenitora María. Jesús sabía que esa presencia femenina es la que nos da las raíces más profundas de nuestro ser humano. A nosotros, como sus discípulos, nos regala a su propia madre, la que le enseñó, con José, a ser plenamente uno de nosotros.

En las alegrías o los miedos, el dolor o el placer, el fracaso o el éxito, la experiencia o la esperanza, siempre buscamos a esa que nos trajo a este mundo, a esa sagrada criatura que llamamos Madre.

¿Quién mejor que María podía haberle enseñado a Jesús que nada es imposible para el que cree?  María experimentó el poder del Altísimo quien hizo fecundo su vientre virginal, e iluminó la mente y el corazón de su prometido José. María acogió el abismal misterio de ser madre del Mesías prometido al pueblo elegido, del que eran privilegiados descendientes.

Jesús nos regala a su madre, de quien aprendió que, la fe no es contemplación estática, sino dinamismo de vida diaria. Como su madre María, Jesús descubrió que Dios no abandona nunca, aunque parece tantas veces sordo y escondido en la persecución, el exilio, la difamación, la soledad, la escasez, el silencio, el sufrimiento o incluso el desconcertante y enigmático sepulcro.

El Dios encarnado, Jesús, desde lo más alto de la cruz y en el momento más álgido de examen de su fe, entrega a Juan su propia madre, para seguir caminando con todos nosotros en esta tierra por muchos años más después de su partida. Para llevar a toda la humanidad a la excelsitud de ser madre, de dar a luz a Dios entre nosotros, con el ritmo de nuestra historia humana.

Un hermosísimo himno de la Liturgia de las Horas canta así sobre la maternidad de María, que estamos todos invitados a contemplar e imitar: “Puerta de Dios al mundo, puerta de eternidades para el hombre que gime en la muerte de los tiempos; cuando engendraste a Dios, al homwbre has engendrado, cuando engendraste al hombre, es Dios quien nos es dado”.

Que el inicio de un año nuevo civil traiga en todos nosotros una renovada resolución de santidad. Una santidad muy encarnada en nuestro contexto histórico personal, social, nacional y mundial. Una santidad que nos haga vivir con alegría el Evangelio como esa madre que Jesús nos entregó.

María sigue engendrando en nosotros a su Hijo Jesús en los Belenes, Nazareths o Galileas de la aldea global en la que aún vivimos y a la que nos sigue enviando a engendrar al verdadero hombre, al hombre que vive en la plenitud de la verdad, la justicia, la libertad y el amor fraternal.

Como a Juan, Jesús nos invita a acoger a su Madre para dar a luz a Dios en este mundo ahora y en la hora de nuestra muerte.

Noroeste Católico – Febrero/Marzo 2022