En la fiesta de Corpus Christi en junio, formalmente cerramos la fase diocesana del proceso del sínodo universal del Papa Francisco.

Estoy orgulloso de las miles de personas en nuestra arquidiócesis que encabezaron, participaron e invitaron a otros a dialogar, en oración, en este evento histórico. Ha sido una oportunidad de aprender de nuevo cómo caminar juntos en la fe de una forma que manifieste nuestra comunión en Cristo como una familia, nuestra participación en la vida de Cristo y a participar más profundamente en su misión.

El proceso sinodal es la naturaleza y la forma en que debemos ser Iglesia: siempre buscando la voluntad de Dios por medio de la obra del Espíritu Santo, discerniendo cómo encarnar a Cristo.

Durante el proceso sinodal local, escuchamos muchas cosas difíciles y dolorosas. Por medio de esta escucha y del estar presentes unos para los otros, también escuchamos — en cada una de las casi 1000 sesiones de escucha — el profundo amor que tiene el pueblo de Dios por la Iglesia.

Dolor y amor. Suena mucho a Cristo. Suena mucho a la Eucaristía. La Iglesia es una familia y debemos aprender a vivir como una familia que ama, si es que verdaderamente queremos ser Iglesia.

No se cómo era su familia o cómo es hoy en día, pero cuando yo era pequeño, la vida de la familia tenía lugar en muchos sitios.

Para los padres de mi papá, sucedía en los porches del frente y detrás de la casa. Es curioso que ya no construyan casas con porches hoy en día. Necesitamos porches para ser una familia.

Para los padres de mi mamá, la vida de la familia sucedía en la cocina. No conozco muchas familias que todavía cocinen juntas. Necesitamos cocinas para ser una Iglesia.

Y para mi familia, pues bueno, utilizábamos la casa entera y todo el jardín de atrás. Muchas cosas sucedían en los porches, en esa cocina, en el jardín. Cuando era pequeño, no había Internet, ni teléfonos celulares. De hecho, el teléfono sonaba desde la pared en la cocina (¡intenten tener una conversación privada en ese contexto!). Si deseabas hablar con alguien, lo hacías en persona: Le hacías una visita, hablabas cara a cara, tenías una relación.

Necesitamos relaciones, necesitamos conversaciones cara a cara, necesitamos involucrarnos conscientemente con los demás, no solo para las conversaciones alegres, sino también para las difíciles.

Durante el proceso sinodal, las personas compartieron verdaderamente lo que había en su mente y en su corazón. Estoy agradecido de que muchos encontraran estas experiencias tanto sanadoras como esperanzadoras, especialmente aquellos que compartieron historias profundamente personales y dolorosas.

Continuaremos siendo una Iglesia que escucha. Los animo a leer el reporte sinodal, a reflexionar sobre las oportunidades de acompañarnos unos a otros como una familia en el oeste de Washington y a invitar la guía del Espíritu Santo a nuestras iniciativas.

Noroeste Católico – Agosto/Septiembre 2022