Al acercarse el mes de mayo, que está dedicado a nuestra Madre Santísima, quisiera que pusiéramos nuestra atención en uno de sus títulos menos conocidos: Esposa del Espíritu Santo.

Nos encontramos en un momento providencial durante la reorganización de la Arquidiócesis de Seattle con Partners in the Gospel, que coincide con una gran iniciativa de la Iglesia Universal a través del Sínodo de la Sinodalidad. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo ha animado la vida de la Iglesia. Ahora, como siempre, buscamos la inspiración del Espíritu Santo y no hay mejor intercesora para este gran don que nuestra Madre María Santísima, Esposa del Espíritu Santo.

Cristo Jesús tomó nuestra carne humana por el poder del Espíritu Santo. En la humildad de María y su fe obediente a Dios, ella concibió al Hijo de Dios cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella y el Altísimo la cubrió con su sombra (Cf. Lucas 1,35). Como escribiera la beata Concepción Cabrera de Armida en Sacerdotes por Cristo, “Sin María, no habría Redención, ni Iglesia, ni Eucaristía, ni salvación de la raza humana”.

Inspirada por el Espíritu Santo, María, como madre de Jesús, lo sirvió su vida entera, desinteresada, humilde, amorosa y fiel. Porque sabía que era el Hijo de Dios, ella le dio su vida entera, apoyándolo en cada paso de su vida, ministerio, pasión y muerte.

Ante la cruz antes de morir, Jesús le encomendó su madre a Sn. Juan mientras, al mismo tiempo, le dio a Juan a María. Lo hizo para que María estuviera presente en la Iglesia, no solo en aquellos primeros días tras la Resurrección, sino siempre. En el Calvario, María estaba unida al sufrimiento de su hijo. Las gracias de aquel momento, mientras Cristo establecía la Iglesia, brotaban del costado de Jesús y fluían siempre del Espíritu Santo a través del corazón de María.

Luego, en Pentecostés — cuando el Señor Resucitado entregó el prometido Espíritu Santo a los apóstoles, diciéndoles que fueran hasta el último rincón de la tierra proclamando el Evangelio y dando testimonio de su Resurrección — María estaba presente.

Por obra del Espíritu Santo, María le dio su hijo al mundo, y ahora que hemos sido incorporados a la vida del Jesús Resucitado mediante el bautismo, somos enviados con la misma misión: llevar a Cristo a los demás y traer a los demás hacia Cristo. Esta es siempre la obra del Espíritu Santo en la Iglesia y no hay mejor intercesora para que esta obra tenga éxito que María, la Esposa del Espíritu Santo.

Mediante la intercesión de María, imploramos al Espíritu Santo que inunde la Iglesia en estos días, liberando los corazones para que puedan tener una mayor intimidad con Cristo, conquistando la indiferencia que retiene a tantos de vivir activamente su fe.

María, Esposa del Espíritu Santo, ¡ruega por nosotros!

Northwest Catholic – Abril/Mayo 2024