Al prepararnos para la Navidad, es importante recordar de qué se trata todo este ajetreo: recibir el máximo regalo de Dios, su Hijo, Jesucristo. Sn. Pablo nos ayuda a comprender el inestimable valor de Cristo cuando dice: “Porque conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a ustedes se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2 Corintios 8, 9).

Cristo es el máximo regalo de Dios al mundo. Jesucristo nos hace el regalo de sí mismo a nosotros, para que conozcamos el amor de Dios. Sn. Bernardo resume la manera en que Cristo se entregó por completo con estas palabras:

Reposó sobre un pesebre y descansó en el seno de una virgen, predicó en una montaña, y pasó la noche en oración. Fue colgado de una cruz, palideció de muerte, y deambuló libre entre los muertos y gobernó sobre aquellos en el infierno. Se levantó de nuevo al tercer día, y mostró a los Apóstoles las heridas de los clavos, los signos de la victoria; y finalmente, en su presencia, ascendió al santuario del cielo.

Jesucristo es la luz y la vida del mundo. Durante estas semanas de Adviento, pidamos al Señor la gracia de “dejar ir” a las cosas que no nos satisfacen o que no nos llenan, para que nuestras manos y nuestros corazones estén libres para recibirle.

Al recibir este máximo regalo de Jesucristo esta Navidad, pidamos también por la gracia de llevarlo siempre en nuestros corazones. Que lo reconozcamos en cada persona que encontramos. Que le sirvamos en cada conversación y relación, para que lo que hemos recibido gratis, lo demos también gratis (Mateo 10, 8).