En nombre de Cristo les suplicamos: ¡reconcíliense con Dios!” (2 Corintios 5,20b).

Al iniciar el tiempo penitencial de Cuaresma, la Iglesia comienza su recorrido “por el cual se asciende al monte santo de la Pascua” (Ceremonial de los Obispos, núm. 249). Como en todo itinerario, es importante conocer nuestro destino final a fin de prepararnos y
aprovisionarnos adecuadamente.

Al saber que nuestro destino final es Dios, por toda la eternidad, mantenemos el mundo y todas sus atracciones en la perspectiva correcta. Es decir, la perspectiva de Dios. La fe también nos informa que Dios es nuestro Origen, nuestro Creador, que por amor nos sostiene a través de la peregrinación terrena hacia nuestra. Pascua eterna. La Cuaresma llama a nuestros sentidos a reconocer con humildad dónde hemos perdido nuestro camino, y así, nuestra necesidad de ser reconciliados con Dios. Al ir viajando hacia la Pascua, miramos a Cristo, nuestra Luz, para reconocer nuestros pecados, hacer penitencia y ser renovados por la misericordia de Dios.

Al iniciar nuestro itinerario cuaresmal, estamos de pie ante Dios, reconociendo con humildad nuestros pecados y el daño que han causado en nuestra relación con Dios, con los demás y con toda la creación de Dios. Las cenizas que recibimos el Miércoles de Ceniza informa que al Adán original, cuando Dios lo creó del polvo del suelo e insufló
en sus narices el hálito de vida (Génesis 2,7). Como Adán, hoy estamos de pie ante Dios, conscientes de su don de la vida, del amor y de la salvación así como de las formas en que hemos fallado al vivir en plenitud esa vida y ese amor. Recordamos que “polvo somos
y al polvo hemos de volver”. Es esta una perspectiva adecuada de quiénes somos y quién ES Dios.

Recordemos a Job, quien “fue a sentarse entre las cenizas” (Job 2,8). Sabemos que era un hombre recto “que temía a Dios y se apartaba del mal (1,1). Las cenizas representaban al inicio para Job un momento de lamentación ante una gran pérdida. Era un tiempo en que su propia fe en Dios estaba siendo probada y templada. Era un tiempo de intense “conversación” con Dios para aprender cuán lejos están los caminos de Dios por encima de los nuestros y que “no hay en la tierra semejante a Él” (41,25). Como resultado, Job obtuvo la perspectiva adecuada de que solo Dios es Dios y mientras se sentaba entre cenizas, sus motivos eran purificados, llegando más allá de la pena y el arrepentimiento ante Dios.

Este Miércoles de Ceniza, al tiempo que somos marcados por cenizas con la señal de la cruz, signo de nuestra salvación, haremos bien en escuchar la pregunta que Dios hizo a Adán tras cometer su pecado, “¿Dónde estás?” (Génesis 3,9).

¿Dónde estás en esta peregrinación terrenal? ¿En este recorrido espiritual hacia la Pascua? 

Haremos bien al sentarnos a solas con Dios, despojados de todas nuestras posesiones y permitiendo a Dios mostrarnos lo que Él ve. Las palabras de Sn. Pablo nos indican como hacerlo. “En nombre de Cristo les suplicamos: ¡reconcíliense con Dios!” (2 Corintios 5,20b).

Al sentarnos a solas con Jesús, conscientes de nuestros pecados y de nuestra indignidad, es bueno saber que su mirada está llena de amor (Cf. Marcos 10,21). Su mensaje actual para nosotros es su mensaje Pascual: “No tengas miedo. Tus pecados están perdonados. Ven y sígueme”. Ω