“Por mano de los apóstoles se obraban muchos milagros y  prodigios entre el pueblo. … Hasta el punto de que sacaban los enfermos a las plazas y los ponían en camillas para que al  pasar Pedro, al menos su sombra alcanzase a alguno de ellos… Y todos eran curados” (Hechos 5, 12a.15.16b).

Desde hace tres años, la pandemia del coronavirus ha asolado a la población mundial y a pesar de las cuatro o cinco dosis de vacunas que nos han inyectado, todavía hay nuevos infectados.

Hace dos mil años que Jesús resucitó y la inyección de su vida nueva sigue sanando a millones. ¿Qué sería de la humanidad sin las vacunas que han salvado a millones?

¿Qué sería de la humanidad sin la Resurrección de Jesús que inyectó nuestras vidas y nos envía inoculados de esperanza al mundo que padece desaliento mortal?

Cada Eucaristía en que participamos nos lanza al mundo como Pascuas ambulantes. Al reconocer nuestros errores y pedir perdón con humildad y vergüenza, proclamamos su Resurrección. Al poner en servicio todos nuestros talentos y energías en favor de otros a nuestro alrededor por la sola recompensa de que otro ser humano logre crecer en mente, cuerpo o alma, Cristo proclama su victoria sobre la tumba. Al salir al encuentro de alguien que se siente solo o excluido, con la convicción de que ese también es un hermano(a) por quien Jesús ha salido victorioso de la cruz y la tumba, la Pascua de Jesús se hace presente entre nosotros sin duda.

Al perdonar a alguien que me ha lastimado simplemente porque reconozco que el Señor me ha perdonado infinidad de veces,  se manifiesta la vida resucitada del Salvador en quien creemos. Al perseverar en oración inclusive en situaciones que parezcan imposibles o inútiles convencido en mi corazón de que nada hay imposible para Dios, manifiesto en mi existencia que Él es el Señor de la vida y de la muerte. Al constatar que un hombre o una mujer al recibir el sacramento de la Reconciliación logra una auténtica sanación de mente y cuerpo que ningún médico puede explicar, la Pascua de Jesús camina triunfante por nuestras calles.

Todas esas mujeres y hombres que oran sin cesar por la conversión de las mentes y corazones de quien vive en la violencia, el odio o el resentimiento, hacen tangible la Pascua. Todos esos creyentes que sirven en las Iglesias, prisiones, bancos de comida a los desamparados; todos esos que sirven evangélicamente no permitiendo a su mano izquierda saber lo que está haciendo su derecha consciente de que el Señor los recompensa en lo íntimo del corazón. Todos esos que sufren física o moralmente uniendo sus dolores a los del corazón de Jesús para seguir salvando al mundo, esos todos hacen que descubramos a Jesús Resucitado caminando codo a codo con la humanidad que ama.

Un canto popular religioso dice: “Sed amigos los testigos de mi Resurrección, id llevando mi presencia, con vosotros estoy”.

Mi gratitud perenne a todos esas Pascuas Ambulantes como nuestra Santísima Madre María.