Sn. Luis María Grignion de Montfort (1673-1716) fue un sacerdote católico francés, confesor y ávido predicador de la devoción a nuestra Madre Santísima. Muchos de sus escritos se pueden encontrar en el libro Solo Dios, que recopila la obra completa de Sn. Luis María de Montfort.

Ese título, “Solo Dios”, refleja una de las más grandes tragedias de nuestros tiempos: el hecho de que la familia humana se está olvidando de Dios. Al final del día, esto es lo que se encuentra en el corazón de muchas de las enfermedades sociales de la actualidad. Yo pienso que existen dos grandes antídotos a esta tragedia cultural: recibir al Santísimo Sacramento y adorarlo, y la devoción a nuestra Madre Santísima. Estas devociones no solo hacen bien a quien las practica sino que son también medios grandiosos de promover el bien entre toda la familia humana.

Sn. Luis encomendó diversas misiones promoviendo la devoción a nuestra Madre Santísima, incluyendo la exhortación a consagrar la propia vida a María. Yo le debo mi vocación personal a la devoción que tenía mi madre a nuestra Madre Santísima. También heredé esta devoción a nivel personal. Tanto es así que, en el 15o aniversario de mi ordenación sacerdotal, el 27 de junio de 2007, le consagré mi vida a María. He renovado esa consagración este pasado 25 de marzo.

Tal consagración reconoce que todo lo que tengo es un don de Dios. También reconozco mi condición pecadora y cuánto podemos beneficiarnos de la intercesión de María para crecer en santidad, porque fue a través de María que Dios le dio su Hijo al mundo y, a través de María, obtenemos una relación más cercana con Cristo Jesús. Un sentimiento similar fue expresado en palabras de Sta. Teresa de Calcuta cuando me autografió mi breviario en 1992: “Sé solo y totalmente para Jesús por María”.

Amigos míos, Sn. Pablo sintetizó muy bien la añoranza de nuestros corazones cuando dijo, “Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3,1b). Hoy, nuestra sociedad, al alejarse de Dios, trata de alcanzar cosas que no logran satisfacer. Necesitamos del apoyo de otros creyentes para renovar nuestros esfuerzos para voltear a Dios mediante su Hijo. Necesitamos la intercesión de nuestra Madre Santísima para que nos ayude a amar a su Hijo y a seguirlo y servirlo con fidelidad.

Conversaba con una amiga de la familia que había perdido a su esposo recientemente. Me dijo que cada mañana le pide a Dios en oración, “¿Qué puedo hacer por ti este día, Señor?” Queridos hijos, es este exactamente el tipo de devoción y de oración que necesitamos renovar en la Iglesia y llevar a cabo la misión de Jesucristo, que es nuestra por el bautismo. Si le hacemos al Señor esta simple pregunta cada día, reorientará nuestra vida toda, ¡y podremos llamarle a ello conversión! Es esto a lo que se parece construir el Reino de Dios.

De forma similar, podemos pedir en oración la gracia de poner el Evangelio en acción concreta en cada una de nuestras vidas. Si elevamos en oración al Señor estas dos sencillas peticiones cada día, Él no despreciará nuestra plegaria. Si le pedimos a nuestra Señora que nos una más de cerca a su Hijo, escucharemos la respuesta de Dios a nuestra súplica y obtendremos la gracia que necesitamos para lograr reconstruir la Iglesia de Dios y, a la vez, reconstruir la cultura en la que somos enviados a proclamar a Cristo Jesús.