Hacer buenos propósitos suele ser parte de un año nuevo. De forma similar, le pido a cada uno este año su participación para renovar la vida pastoral de la Arquidiócesis de Seattle. Leerán más acerca de la iniciativa Compañeros en el Evangelio en esta revista.

Al embarcarnos en este momento de conversión eclesial, nos ayuda recordar que, cuando hablamos de la Iglesia, estamos hablando de Cristo Jesús. Como dijo el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus Caritas Est, “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona [Jesucristo], que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Justo hemos celebrado ese momento en la historia de la salvación cuando “la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Juan 1,14). Jesucristo es “la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1,15). El ministerio de Cristo en la tierra de proclamar la palabra de Dios con una “nueva autoridad”, “curando a los enfermos y perdonando los pecados, culminó en la cruz con la demostración definitiva de su amor a nosotros y al Padre. Antes de su ascención al cielo, Él mandó a sus discípulos ir por el mundo a continuar su misión de hacer discípulos” (Mateo 28,16-20). 

Para renovar la Iglesia con éxito, debemos ser re-evangelizados por Cristo. Para que la Iglesia sea según desea Dios, ¡es Cristo quien debe vivir en nosotros! Es por lo que nosotros, como miembros de la Iglesia, somos llamados el Cuerpo místico de Cristo. Ultimadamente, este trabajo de volver a enfocarnos y de renovación es la obra del Señor, pero requiere de nuestra cooperación intencional.

Ruego porque cada uno de nosotros tenga la gracia de reconocer ese instante que cambia la vida cuando encontramos al Cristo Resucitado. Volvamos a la palabra de Dios para ver cómo este encuentro con Cristo afectó a sus primeros discípulos para encontrar de qué forma nuestro encuentro nos cambia a nosotros.

“Al día siguiente, Juan [Bautista] se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: He ahí el Cordero de Dios. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabbí… ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día” (Juan 1,35-39).

El detalle sorprendente de este relato es que no define el lugar donde vive Jesús. La razón es que Jesús habita en el Padre. “Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (14,11). Cuando Jesús nos invita a seguirlo, nos pide que estemos en Él para que podamos gozar de la vida de Dios. “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (15,4).

Es esta la vida de todo discípulo. Es así como el Cristo Resucitado lleva a cada persona humana a la plenitud de su ser y, en el proceso, renueva la familia entera de la humanidad. Por nuestra propia vida en Cristo, damos testimonio a los demás de manera auténtica y creíble que, a su vez, les permite el encuentro con Cristo. Es así como la fe es transmitida y esto resulta crucial en nuestro esfuerzo por renovar la vida de la Iglesia.

Este año, hagámonos el propósito de darle prioridad a Cristo, que hace un mundo nuevo (Apocalipsis 21,5).

Noroeste Católico — Febrero/Marzo 2023